Una combinación de sabrosos y diversos productos del mar, alimentos provenientes de la tierra, preparaciones que se han mantenido inalterables desde los tiempos de la Colonia, todo acompañado de maridajes con vinos que cautivarán los sentidos, una auténtica experiencia culinaria a lo largo de Chile.
Cuando se habla de “Cocina Chilena”, se habla de una rica mezcla de antiguas tradiciones e ingredientes utilizados por los indígenas originarios y de preparaciones y tendencias europeas, esencialmente españolas, que destacan por su simplicidad y pureza. Los vinos son complemento esencial en esta combinación entregando identidad, rescatando la cultura campesina y el terroir de cada valle vitivinícola.
El mercado gastronómico de Chile es un sector dinámico y diverso y en el mundo turístico se ha convertido en uno de los principales motivadores para los viajeros. Una de las principales actividades que realiza el turista es experimentar la gastronomía típica del lugar (58% probar comida típica y 54% ir a restaurantes). De ahí la importancia de saber articular y difundir nuestra comida y sus vinos.
La peculiaridad de esta cocina estriba en las múltiples opciones que permite una geografía amplia y diversa. La empanada de pino es todo un símbolo de la comida chilena. Sus sabores rústicos van bien acompañados de un País o un Carignan del Valle del Maule. Las sopaipillas con pebre se comen de norte a sur y aunque muchas veces las probamos como parte del aperitivo el Pipeño tinto o blanco de los valles sureños se convierten en excelentes variantes.
La comida rápida cuenta con una gran aceptación entre los chilenos: el completo y el chacarero sobresalen a todas luces. Como curiosidad, este sándwich fue elegido el 2014 como uno de los más auténticos del mundo por la revista Time. ¿Y qué podemos beber junto a ellos? Un Cabernet varietal del Valle del Maipo o un Merlot de Curicó son buenas apuestas.
Los vinos blancos adquieren especial protagonismo junto a los mariscos y sus distintas preparaciones. El pastel de jaiba o la paila marina se disfrutan con Chardonnay y Sauvignon Blanc de Casablanca y Limarí. ¿Y el Carmenère? Sus notas más especiadas se mezclan amablemente con los porotos con riendas o el pastel de choclo, esa sabrosa preparación que todos esperamos con la llegada del verano, principalmente en el valle central.
Las cazuelas de ave o de vacuno, donde la combinación de carnes y verduras crea una sazón capaz de convencer a cualquier paladar, encuentran su mejor combinación con tintos frutosos y livianos, ya sea un Merlot, un Cabernet Sauvignon o un Carmenère.
Los amantes de las buenas carnes también encontrarán preparaciones tradicionales como el arrollado de huaso, el pernil o las prietas, sabores de campo, rústicos e intensos, sabrosos y característicos, combinaciones que sí o sí van con una copa de tinto, un País, un Cinsault, un Carmenère colchagüino.
El curanto, por su parte, es la creación más ecléctica de todas las que componen la gastronomía de Chile, al combinar mariscos, carnes, papas y verduras. Típico de la isla de Chiloé. La forma tradicional de prepararlo es haciendo un hoyo en la tierra, donde se colocan piedras calientes, para luego cocinar los ingredientes sobre aquellas brasas. La elección del vino queda a criterio del comensal, ya que tintos y blancos van indistintamente con los sabores de la preparación.
La Patagonia tiene sabores imperdibles como el asado de cordero al palo, carne intensa y deliciosa cuando se asa lentamente. Al momento de descorchar el equilibrio queda con un Cabernet Sauvignon del Maipo o aquellos especiados Syrah de los valles de Elqui o Limarí.
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